Ahora ni trabajar tranquilas pueden

Por: Rodolfo Jaime

En qué mundo estamos viviendo si no nos damos cuenta del miedo tan profundo que la mujer siente en su ser al poner un pie en las calles. Cuantas veces pueden llegar a pensar en ni si quiera asistir a su trabajo por miedo a que en el trayecto se sientan como un simple objeto de ofensas, amenazas  e incluso en muchos de los casos, siendo asesinadas.

No importa la hora, no importa el lugar, si eres de tez morena o blanca. Con el simple hecho de ser mujer hoy en día tienes el infierno asegurado por aquellos que no tienen la más mínima consideración del daño a la sociedad. Cualquiera pudiera pensar que los lugares se vuelven limitados pero para el acoso no hay un límite, ahora hasta en el trabajo.

La historia vivida en carne propia por una mujer muy joven, es el ejemplo perfecto de un situación tan perturbadora. Una joven de 24 años de Nombre Jessica N. , quien trabajaba para una agencia de publicidad, de productos que estuvieran en puerta y lanzarse al mercado.

Para Jessica era una oportunidad única de crecer profesionalmente sin saber los diferentes episodios de frustración que estaba por vivir.

«Todo comenzó de manera normal, en ese entonces mi jefe era hijo del dueño de la empresa» comentó. Los días transcurrieron de la manera más tranquila, recibía sus capacitaciones, logró una adaptación rápida de las distintas tareas que le tocaba desenvolver dentro de la oficina.

Conforme el tiempo pasaba, la incorporación de Jessica en la empresa seguía creciendo y la relación que comenzaba a tener con su jefe Enrique, se tornaba con una confianza considerable, esto hasta un cierto punto sano. «El tuvo todo planeado desde un principio que entré, no fue una acción que de repente le saliera de la noche a la mañana», mencionó.

Enrique parecía ser maestro perfecto del silencio, y de acometer lo que en la actualidad miles de mujeres reciben, así se encuentren en la oficina. Era como cualquier día de la semana y lo que en un momento pensó hacer lo iba a poner en marcha, no fue nada delatador pero inició como todos, lo hace con un pequeño halago a su persona.

El nivel de cómo iban en aumento los «halagos» comenzaban a cambiar de tono, era evidente el objetivo principal, hacer sentirle a Jessica su cometido, acorralarla y provocarle un sentir vulnerable que de por sí ya todas las mujeres asimilan como si fuera algo con lo que se tuviera que cargar.

“Sentía los halagos con intención, no sabia cuál exactamente pero algo había ahí”. La gota que derramó el vaso fue el acercamiento de su jefe queriendo insinuársele, dando unos cuantos pasos al escritorio saludándola normal pero agarrándole la pierna. Un acto que a cualquier mujer aterroriza.

Fue hasta entonces que la reacción de Jessica provocó en ella impotencia y terror. “De inmediato sentí un claro terror pero al mismo tiempo de enojo, jamás había vivido algo como eso”. Jessica se levantó de su escritorio y apartó al joven fuera de su alcance. Al día siguiente y sin pensarlo, no dudó en ir y presentar la renuncia.

“No podía seguir ahí, no es hasta que lo vives cuando finalmente entiendes de la pesadilla que viven miles de mujeres como yo”, argumentó.

La incógnita de cuando podremos valorar y considerar a la mujer como el ser más puro que existe quedará en las calles, oficinas, escuelas, e incluso en el interior de una familia.

Nos preocupamos por enseñar a las mujeres como vestirse, cuando deberíamos enseñar a los hombres a respetar a la mujer.

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