Por: Kharen Mata
Las emociones son estados afectivos que experimentamos. Reacciones subjetivas al ambiente que vienen acompañadas de cambios orgánicos -fisiológicos y endocrinos- de origen innato. La experiencia juega un papel fundamenta en la vivencia de cada emoción. Se trata de un estado que sobreviene, súbita y bruscamente, en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras.
En el ser humano, la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación.
Durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes y siempre se le ha dado más relevancia a la parte más racional del ser humano. Pero las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos.
Niobe Way, investigadora y autora de Deep Secrets, un libro que denuncia los modelos de masculinidad tóxica, afirma en su obra: “Los chicos aprenden, para cuando han llegado a la adolescencia tardía, que la intimidad con sus amigos hombres e incluso su sensibilidad hacia lo emocional les pone en riesgo de ser etiquetados como afeminados, inmaduros o gays.
En consecuencia, más que poner el foco en quiénes son, se obsesionan con quiénes no son: no son chicas, no son niños pequeños ni, en el caso de los chicos heterosexuales, no son gays.
En respuesta a un contexto cultural que relaciona la intimidad en la amistad entre hombres con una etapa concreta (la infancia), un género (femenino) y una sexualidad (gay), esos chavales crecen y se convierten en hombres distantes, emocionalmente estoicos y aislados”
Los hombres (por supuesto, no todos) tienen una mayor tendencia a interactuar con otros hombres alrededor de alguna actividad. Ellos suelen reunirse para hacer cosas juntos, como por ejemplo, deporte. Las mujeres, en cambio, se suelen sentir más cómodas encontrándose cara a cara, tomando un café o conversando de manera directa con pocas distracciones y acción de por medio.
A los hombres se les socializa para competir en actividades estructuradas, como los deportes, de nuevo, o para rivalizar a ver quién tiene la nómina más alta. Las mujeres compiten de maneras menos estructuradas con cosas como su aspecto, su conducta o su disponibilidad emocional, aunque estas diferencias cada vez estén menos marcadas y vayan cambiando.

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